jueves, 4 de julio de 2013

La nave de los sueños rotos...

Vuelvo a hacer una entrada literaria, esta vez a modo de "minicuento"... una brevísima historia para que la disfrutéis...


"Llego cansado, abatido…las piernas me flaquean mientras camino por el empedrado que me lleva a casa. Hoy no ansío abrir la puerta y derrumbarme en la cama como siempre; hoy estoy herido y sólo necesito de la compañía de un alma que me entienda. El viento me golpea con rabia y me obliga a agachar la cabeza. Trato de esquivar las ráfagas frías, casi congeladas, pero siento que quieren derribarme. Levanto la cabeza y abro los ojos a duras penas; enfrente de mí, tras las ventanas de madera descoloridas de la taberna, una pequeña luz casi decadente, allá a lo lejos, parpadea como una señal que me llama. Me dirijo sin vacilar a su encuentro.

Consigo llegar a la kutxa como conocemos a la taberna de Kepa, el vasco. La llamamos así porque es como una caja, como un ataúd donde nos encontramos en las horas más oscuras los moribundos, los extraños, los que nos escondemos de la luz del día; algo así como un Café Guerbois para los noctámbulos… Sólo que en este ataúd siempre conseguimos resucitar; el vasco debió ser un alquimista loco en otra vida porque en su búsqueda del elixir de la eterna juventud, nos ofrece de vez en cuando tubos de ensayo llenos de licores que él mismo destila en alambiques. Yo que pensaba que los pucheros, ollas y morteros eran para deleitarnos con un marmitako, y es que contamos con un Merlín en toda regla, un Roger Bacon dispuesto a transferirnos el alma, a nosotros, miserables cadáveres… ¿Y qué podemos hacer nosotros sino dejarnos envolver con la magia de sus brebajes?

Dentro de la taberna, cada uno interpreta su papel. Uno sabe donde sentarse y donde no. Hemos marcado nuestro propio territorio y nadie duda de cuál es su taburete. Es nuestra segunda casa; muchas veces la primera y única cuando el desaliento te sobrecoge. Escuchar historias ajenas ayuda a evadirte de las tuyas propias, a desaparecer un rato del mundo y sumergirte en narraciones delirantes alentadas por el alcohol. Unos actúan y otros observan desde el patio de butacas. A Víctor, "el Lejarza", le viene bien algo líquido para su boca seca de tanto hablar. Sentado durante horas en la mesa del rincón, suele permanecer con la mirada perdida y un brillo en sus ojos que nunca se apaga. Repentinamente suele desatarse y comienza una especie de oratoria sin fin. Con una servilleta raída y amarillenta a modo de cuaderno de bitácora nos va contando sus viajes a tierras lejanas. Los demás hacemos como que no sabemos que dicha lejanía no es sino corta y estrecha, como la calle donde habito. Pero soñar es algo que nadie quiere arrebatarle pues ¿no son nuestros sueños mucho más oscuros que sus viajes y no por ello menos reales?
Mariela, la de Mutriku, viene todas las noches a la taberna. Quiere a Kepa como un hermano; al fin y al cabo son los dos únicos vecinos del Norte en esta tierra, seca y alejada de sus raíces. Cree que Kepa es el único que le puede devolver la gracia de vivir y por eso bebe y bebe sus licores hasta caer extasiada… Ella cuenta que cansada de esperar a su amante, bajó del monte Kukuarri hasta la playa, para ver si la brisa le traía noticias suyas. Pero tanto esperó que cuando se dio cuenta, habían pasado los años y ella seguía sentada en la misma roca, con su corazón en la mano envuelto en capas de salitre. Dice que lo lanzó a la mar y que Erensuge, el dragón de las siete cabezas, lo devoró en el fondo del mar.

Mariela, "el Lejarza", "el Veleta", yo…Todos formamos parte de una familia, de esa especie de comediantes que hacen su representación más íntima en la taberna de Kepa. Al fin y al cabo a todos se nos ha muerto algo dentro, hemos perdido mil batallas y andamos vagando por la vida sin un rumbo fijo. Pasan los años y encajamos los golpes con naturalidad. Los momentos que vivimos en la taberna nos ayudan a reconfortarnos. Todo es efímero, las risas, las lágrimas, los momentos de exaltación…todo…pero todo ello al final nos devuelve un pedazo de vida. No anda desencaminado el alquimista loco cuando dice que nos resucita; yo creo que debe de ser obra del diablo, o… ¿serán sólo mis malos pensamientos?
Ocupo mi silla en la que fui grabando con una vieja navaja, una raya por cada día que resurjo de mis cenizas tras pasar por la taberna. No soy capaz de contarlas pero sí sería capaz de recordar cada uno de los instantes que allí he vivido. Me acomodo y vuelvo a ver la tímida luz que hace un rato me invitaba a entrar. Es una vela que ahora parece como si quisiera hablarme. El tabernero me nota ausente, son muchos años ya los que me conoce y por mucho que trate de disimular él…lo sabe todo. Antes de que me invada el pesar ya tengo sobre la barra mi ración de mejunje recién sacada en un tubo de ensayo. Me lo sirve en una copa sobre la que ha colocado una cucharilla con un terrón de azúcar, y al lado una jarra con agua.
- Bebe camarada, el “hada verde” curará tus heridas- me dice al tiempo que me prepara la bebida.
Empiezo a degustar lentamente el elixir, y luego continúo con otro, y otro…. Por fin empiezo a bajar de mi mundo y siento calidez en el ambiente. Al fondo el Lejarza sigue con su discurso al tiempo que Mariela le aplaude, y un corrillo de hombres ríe contemplando la escena. Pero hoy todo eso es algo ajeno a mí; me descubro a mí mismo observando la llama de la vela de nuevo, mientras en mi cabeza resuenan frases sueltas de La Nave dei Sogni Infranti, una canción que me recuerda mucho a ella...parto e all´orizzonte scruto nubi pesanti…colpire ed affondare…in mare per no tornare... Me recorre por la nuca un escalofrío y al girar el cuello en un acto reflejo, creo ver el perfil de su cuerpo trazado por un hilo de humo. Kepa me mira con ternura y me invita a abrazarla. Me fundo en sus etéreos brazos que aún así siguen siendo cálidos y abrigan mi alma desnuda. Su dulce perfume me embriaga y vuelvo a sentir el roce de sus cabellos en mi cara. Susurra mi nombre al oído y me pide que vaya a buscarla cada noche a la taberna, mientras veo como su figura se va desvaneciendo hasta que desaparece completamente de mi vista.

Kepa saca su navaja y graba en mi taburete otra raya, una más porque hoy he conseguido resucitar de nuevo. Me echa agua fría en la cara y aunque bastante aturdido todavía, me marcho a casa. Al fondo escucho las risas de los pocos trasnochadores que quedan en la taberna. Enciendo mi último pitillo mientras camino por el empedrado. Ahora sí que ansío llegar a mi cama y derrumbarme; ya no estoy herido porque mañana por la noche tendré la compañía de un alma que me entienda. Volveré a mi casa, a mi única casa, donde al abrigo del calor que me brinden los de siempre, o unos cuantos desconocidos volveremos a soñar gracias a los brebajes de Kepa, nuestro alquimista loco, para devolvernos un trozo de libertad y de nuevo, la vida."