jueves, 18 de abril de 2013

Mi relato premiado...


Aquí os dejo mi relato breve AITA OLAIA que, al igual que el año anterior, ha sido premiado con uno de los dos accésits del Certamen de Relato Breve para Mujeres de la Dirección General de la Mujer, de este año 2013.

¡Espero que lo disfrutéis!

AITA OLAIA



Abrió la puerta como todas las tardes y entró en su pequeña tienda. Le asaltó un fuerte sentimiento de soledad y tristeza, y notó como las lágrimas querían brotar de sus ojos pardos. Sentía un vacío infinito y algo ciertamente parecido al miedo. Sabía que aquello pasaría y se lo había repetido para sí misma cientos de veces, pero en ese momento se encontraba realmente afectada, y no había podido reprimir el llanto cuando aquella mañana él le había espetado con indiferencia “la vida sigue, ahora aprende a sacarte tú sola las castañas del fuego”. Tenía una sensación de abandono, como si algo o alguien la hubiesen dejado de su mano, completamente a la deriva… A pesar de ello confiaba en que el cambio que había dado su vida en apenas cuatro meses sería por una buena razón. Quizás quería caminar más rápido que lo que el tiempo le permitía, que las manecillas de su reloj fuesen a toda prisa y amortiguasen pronto su dolor pero…sabía que todo estaba ocurriendo tal y como estaba previsto, de la única manera que podía pasar, así…

Encendió las luces de aquella planta baja repleta de antigüedades y objetos vintage, y lo primero que vio fue una réplica de una casa victoriana que había colocado hacía unos días sobre la mesita de noche que tenía en el recibidor. Era una antigüedad con el número de identificación 017A pintado en su base que la tía Carmela, la hermana de su abuela Olaia, le trajo de Praga a ésta última en una de sus visitas a su Larraga natal, allá por el año 1920. La tía Carmela había emigrado a Europa central, donde años después conocería al que sería su marido. Cuando la abuela Olaia era todavía soltera, su hermana Carmela, ocho años mayor que ella, había tratado de convencerla para que fuese con ella en busca de una mejor vida pero la abuela no quería alejarse de sus raíces, a pesar de las calamidades que estaban pasando en aquellas tierras. Así que prefirió quedarse en Navarra. La casa victoriana fue un regalo que le hizo a Nekane su madre cuando cumplió 16 años, momento en el que le contó la historia de su vida. Tenía grandes ventanales y sobre su tejado había nieve pintada. Representaba una escena típica de Navidad; un caballero ataviado con un sombrero negro, guantes y bufanda, tocaba un violonchelo en su puerta, y había dos pequeñas figuras de un caballero y una dama paseando a un bebé en una especie de trineo. Una señora que portaba un sombrero de la época y un ramo de flores en la mano, esperaba junto a una farola en la puerta de una floristería, engalanada para las fechas navideñas con tiras hechas de ramas de abeto y lazos rojos. A pesar de lo entrañable de la estampa, parecía faltarle algo, como si hubiese una segunda mitad que unida a ésta, completase la maqueta navideña. Y Nekane buscaba sin cesar aquella parte…
Esa era una de sus grandes pasiones, la limpieza y restauración de piezas antiguas para volver a ponerlas a la venta. Encontraba una magia especial en cada uno de los joyeros de porcelana china que en tiempos antiguos habrían guardado delicadas piezas de alguna adinerada dama. Cada uno de aquellos jarrones y figuras llevaban consigo la esencia de otra época y, como Nekane siempre decía a sus compradores, tenían alma propia; era algo que los convertía en pequeños tesoros, únicos y muy especiales. Claro que ella sabía que su pasión hacia aquello era muy subjetiva, pues siempre había quien no alcanzaba a ver más que objetos destartalados y viejos cuyo mejor destino era la basura o, en el más privilegiado de los casos, un polvoriento rincón en el desván. Pero Nekane era así, una mujer que se aferraba a sus sueños, se revelaba contra lo que no compartía y finalmente seguía su propia intuición, con la aprobación de los demás o sin ella, aunque ahora su vida discurría no sabía muy bien por dónde…Muchas veces le comentaban que aquella dulzura que desprendía su físico contrastaba con sus fuertes ideas y convicciones, pero lo cierto es que eso no hacía más que acrecentar su encanto. La primera impresión que se solía tener de ella era la de una mujer frágil; su pelo castaño, su tez pálida y su delgada complexión la convertían en una especie de delicada muñeca que despertaba mucha ternura. A menudo su madre le decía que era igual que su abuela Olaia, aunque algo menos corpulenta, y eso le enorgullecía enormemente ya que sabía lo valiente que había sido la abuela y todo lo que había luchado. Su voz pausada y amable era muchas veces forzada, pues sentía tanto amor por lo que hacía que su primer impulso era el de contarles a sus clientes aceleradamente, con detalle y con gran entusiasmo algo acerca de sus piezas. Así que procuraba calmarse y respirar profundamente antes de atender a cada persona que le preguntaba por algún objeto. Era una persona elocuente cuando la compañía y la conversación le motivaban, y no dudada en sacar su vena rebelde para defender sus ideas, pero era a la par sumamente cauta y prudente cuando algo no le interesaba. Era algo innato, que portaba en su genética y que le venía indudablemente de Artizar, su madre, y de la abuela Olaia. Ella, la madre de Nekane, había sido una mujer fuerte, con una infancia marcada por la precipitada y angustiosa separación de su madre con apenas 8 años.
                                                       ...

Corría el año 1941 en una pequeña localidad de Navarra; la guerra civil había terminado dos años antes pero la normalidad en aquellas tierras húmedas no lograba recuperarse. Los recuerdos por los familiares muertos y desaparecidos en la barbarie todavía seguían frescos, y caían fríos e intermitentes sobre las cabezas de los vecinos día tras día, como la fina lluvia a la que estaban acostumbrados.

- Aita ¿cuándo volverá padre?- solía preguntar la madre de Nekane a la abuela Olaia.

Y Olaia abrazaba a su hija y luego con las manos en sus mejillas le decía mirándole fijamente a los ojos:

- Mi vida, padre tuvo que marchar de casa por nosotras dos, y sólo sabemos que sigue con vida en el monte. Tenemos que ser fuertes hija…mira esto…- le decía a la par que le mostraba algo dentro de una caja de metal.

- Es padre, junto a otros hombres del pueblo…aquí estaban cuando el Arga se desbordó. Trabajaron todos juntos, codo con codo, día y noche. Nadie pensaba que volverían a casa, pero…volvieron…Todo lo que han hecho estos hombres por su tierra nunca caerá en el olvido Artizar, ya lo verás…- continuó explicándole a la niña al tiempo que le mostraba una foto amarillenta cuyos bordes estaban desgastados.

En realidad Artizar no lograba comprender bien aquellas palabras, pero recordaba lo que le dijo su padre la noche antes de marcharse:

- Hija nunca te fíes de aquel que esté criado en el rencor, pero sobretodo no se lo guardes a nadie, pase lo que pase.

Y sabía que era un buen hombre, aunque ahora dormitase en las cuevas plagadas de musgos y líquenes, escondido como un animal indefenso, como su madre le había contado. Lamberto que así se llamaba su padre, había estado afiliado a un sindicato durante la II República por lo que, al acabar la guerra tuvo que esconderse en los adentros de los montes junto a muchos otros milicianos. Olaia por ello vivía amenazada constantemente, y muchas veces padecía toda clase de humillaciones por las autoridades del pueblo…en ocasiones se le negaba su justa ración de harina o leche en polvo cuando acudía con su cartilla de racionamiento al ayuntamiento.

- Olaia, preciosa… dinos dónde tienes escondido a ese mal nacido de Lamberto, venga mujer...hazlo por tu hija- le decía el guardia civil mientras le mostraba su ración de aceite con el brazo en alto para que no pudiera alcanzarla.

Y ella no podía sino apretar fuertemente sus dientes mientras por sus ojos lanzaba la más fiera mirada cargada de rabia hacia aquel hombre. ¿Su hija? No, eso no iba a consentirlo. Ya le habían arrebatado a su marido, y había sufrido en sus carnes el sentimiento del miedo y la soledad para que alguien osara quitarle a su hija Artizar, su pequeño lucero del alba, que es lo que significaba su nombre… Un día no pudo reprimirse y ante las amenazas de las autoridades con despojarle de su hija si no hablaba, le levantó la mano a un guardia civil para darle una bofetada pero alguien por detrás le asió fuerte por el brazo y evitó que aquello fuera a mayores.

- Te vas a acordar siempre de este día…- le espetó con rabia el guardia.

Y ella con la cabeza bien alta, agarró a Artizar de la mano y se fue de allí maldiciendo a aquel hombre y a todos aquellos que habían destrozado su vida. Olaia intuía que la habían seguido más de una vez cuando se adentraba en las frías noches de la Sierra de Aralar, y sabía ciertamente que su vida corría peligro, aunque no por ello iba a renunciar a seguir haciéndolo…

                                                       …

Nekane en un intento por retornar de aquellos pensamientos dolorosos, respiró profundamente y dijo en voz baja:

- Vamos Nekane, seguro que la tarde de hoy te depara alguna sorpresa agradable- se dijo.

Entonces se acordó de que esa misma mañana había recibido un par de bultos. Caminó unos pocos pasos en dirección a ellos cuando le fallaron las piernas y cayó sobre la gruesa moqueta que cubría el suelo. Conteniendo las lágrimas de rabia por su propia torpeza pensó que ya estaba bien, que era hora de levantarse no sólo de aquella moqueta sino de aquel “tropiezo” en su vida. No podía pasar el resto de sus días lamentándose; seguro que algo importante estaba por llegar…o al menos eso es lo que ella intuía…

Se incorporó y aunque la muñeca derecha le dolía bastante, fue directa a los paquetes que se disponía a abrir antes de la caída. Los puso sobre el robusto mostrador de madera y comprobó con asombro que era el pedido que esperaba de Nueva Inglaterra. Se trataba de casi un milagro que hubiese llegado tan pronto teniendo en cuenta que eran vísperas de Navidad, pero la señora Mills había calculado el tiempo de envío para que le llegase a punto para las fiestas. En las calles se respiraba el aroma a leña quemada en las chimeneas, y los escaparates del casco antiguo estaban llenos de tiras de bombillas multicolores que iluminaban los relojes, botellas de cava y licores, muñecas de porcelana, cajas de galletas de metal…y toda clase de regalos impacientes por participar del calor navideño de algún hogar.

Las cajas venían envueltas en papel marrón con una fina cuerda alrededor. Nerviosa estiró de aquel hilo con fuerza y se hizo daño en su mano derecha.

- Tranquila…tranquila, voy a hacerlo bien…no puedo volver a lastimarme…no lo haré- susurró mientras tomaba aire.

Cogió unas tijeras y con sumo cuidado cortó el hilo de una de las cajas. En el remite leyó Heather Mills, 7, Old Sturbridge, Providence, e instantáneamente se trasladó al lugar que había visitado durante sus últimas vacaciones. De momento le asaltó la nostalgia pero volvió a respirar hondo; aquel viaje había sido el último que habían realizado juntos Jon y ella durante las navidades anteriores, y le había parecido de ensueño. Habían visitado varias tiendas de Boston, Massachussets y Providence, ciudad en la que había conocido a Heather, la dueña de French Antique Shop, una preciosa tienda de antigüedades decorada como las casas típicas de la zona. Con ella había acordado la compra y el envío de varios artículos para la nueva tienda de antigüedades que Nekane pensaba inaugurar en unos meses en una planta baja de la calle Compañía. Aquel local estaba situado en el mismo edificio en el que su madre había vivido desde que, tras la muerte de la abuela, la llevasen a vivir a Pamplona, con la tía Carmela, quien tuvo que regresar a Navarra por la desgracia para atender a su hermana pequeña.

Nueva Inglaterra se había convertido para ella en un lugar misterioso y romántico a la par desde que, años atrás, leyese los cuentos de terror de H.P Lovecraft. A través de ellos este autor había logrado sumergir a Nekane en un lugar plagado de supersticiones y encanto, en el que el calmado follaje de los árboles contrastaba con las misteriosas historias, empapadas de alcohol y delirio, contadas por los hombres de la mar en las tabernas de los puertos de Rhode Island al atardecer. Historias de brujería acaecidas entre los primeros colonos británicos y holandeses, cuyas casas con grandes tejados y amplias estancias guardaban oscuros secretos, leyendas de fantasmas y seres mitad humanos mitad animal inventados por el autor…

El sonido de la campanilla que tenía colgada en la puerta la hizo regresar a la realidad y vio como un señor muy viejo entraba en la tienda tarareando un villancico navideño, que le recordó mucho a “Rocking around Christmas Tree”, una de esas canciones antiguas que Nekane se había cansado de escuchar en el tocadiscos de los años 50 de sus padres.
- ¿Y dónde está tu árbol de Navidad, chica?- preguntó él sin ni siquiera saludar.

- Bueno…la verdad es que este año no pensaba colocarlo…-contestó ella contrariada por la indiscreción del hombre.

- Como dijo Dickens…el recuerdo, como una vela, brilla más en Navidad… ¿verdad hija?- dijo el hombre con una dulce sonrisa que dejaba entrever los pocos dientes amarillentos que tenía.
Nekane estaba atónita porque… ¿cómo podía saber aquel viejo que ella no tenía ganas de celebrar la Navidad ese año? Aquel hombre llamaba mucho su atención; tenía unas pobladas patillas canosas y llevaba unos diminutos anteojos. Bajo su sombrero negro de copa gastado, se veía un largo cabello blanco y alborotado. Aunque era evidente que pretendía ir vestido de manera elegante con un traje azul marino y una bufanda roja, lo cierto es que su aspecto era algo desastrado ya sus pantalones le venían muy holgados, y la chaqueta estaba bastante descolorida. Parecía haber viajado en el tiempo desde la Inglaterra victoriana, y le recordaba a alguno de los personajes de los cuentos de aquella época.

- Y…dígame… ¿en qué puedo ayudarle caballero?- dijo Nekane.

- Ayudarme…no creo que puedas hacerlo hija…soy muy viejo…-contestó él.
 
- ¿Entonces…?

- Sólo he pasado a verte, una tienda preciosa a la que falta lo más importante.

- Y dígame, ¿qué es eso tan importante?- dijo ella un poco enfadada ante la indiscreción de aquel personaje.

El hombre se dio la vuelta y caminando hacia la puerta le contestó:

- Mírate en tu interior y piensa si los pensamientos que albergas te hacen feliz.

Estamos en Navidad hija, los milagros no ocurren sólo ahora, pero dale una oportunidad y dátela a ti misma. Y después procura conservarla durante todo el año en tu corazón…
Abrió la puerta y salió de la tienda al tiempo que Nekane creyó oír el sonido, muy sutil, de unos cascabeles. Un destello de luz brilló en la lámpara de cristal de strass que colgaba cerca de la puerta, y su reflejo iluminó la mesita de noche de la entrada. Entonces vio una cajita junto a la casa victoriana. Parecía estar tallada a mano y dentro encontró un papel con algo escrito:

Cada fracaso te enseñará algo que necesitabas aprender. Pero no acalles la voz de tu interior, que no te paralice el miedo nunca, sueña con lo que anhelas y no te rindas jamás.

Aquella frase le recordó de nuevo la historia de sus abuelos Olaia y Lamberto, una historia de lucha por los ideales y de gran valentía. Le recordaba que si su madre no se había rendido ante la tragedia en su vida, ¿por qué iba a hacerlo ella ante su ruptura sentimental con Jon? Lo único que tenía que hacer era dejar que esa rebeldía que corría por su interior se transformase en coraje para afrontar su nueva vida. De repente volvió a trasladarse al pequeño pueblo de su madre…
                                                            …

Artizar volvía de la escuela en una mañana soleada y brillante. Subía la cuesta custodiada por avellanos y matas de endrinos, e iba golpeando sin preocupación una piedra con la puntera de los zapatos que su madre le había remendado esa misma mañana. Al llegar a la puerta de su casa vio como su madre llevaba un canasto con ropa blanca.

- Aita ¿marchas al río? Déjame que te acompañe- dijo Artizar.

Olaia había dejado asadas unas pocas cebollas para la comida, y tenía pan negro, más negro de lo habitual pues estaba hecho con salvado, pero aún así era como una bendición ya que en aquellos días escaseaba enormemente. Así que tomaron un pequeño sendero que bordeaba la casa y se dirigieron hasta abajo, a un claro a orillas del río donde las mujeres lavaban la ropa. Su madre no solía ir a lavar antes de comer pero a la niña le resultó divertido ir a investigar al río. Artizar se quitó los zapatos y a pesar de los gritos de su madre, se metió en la fría agua del Arga. Le gustaba hacer equilibrios sobre los resbaladizos cantos redondeados del fondo y corría tras los pececillos temerosos. Era un día de mucho calor y la niña se agachó a refrescarse la cara. Al levantarse para secarse vio que su madre dejaba la ropa y cogía un paquete para acercarse a unos arbustos. Todo sucedió tan deprisa…Artizar escuchó una explosión y los gritos de socorro de su madre que salían entre la vegetación, pero no conseguía verla.

- ¡Aita, aita! ¿dónde estás?- gritaba histérica la pequeña mientras trataba de salir del río.

- Hija mía, llama a alguien, corre, date prisa…- contestaba la voz desgarrada de su madre.

Lo que había pasado era algo terrible. Olaia se había acercado a unos arbustos donde normalmente le dejaba víveres a su marido. Esta vez traía unos mendrugos de pan negro, de los pocos que aquel día había conseguido y que todavía seguían tiernos, con la esperanza de que Lamberto bajase de la Sierra antes de medianoche a cogerlos, y algo de tabaco. En el hoyo tapado con hojas donde siempre depositaba las cosas, encontró algo enrollado y antes de que pudiera escapar al percatarse de lo que era aquello se quedó paralizada por el miedo a la par que un manojo nervios le subía violentamente hacia la garganta, como la incontrolable lava de un volcán en erupción. A continuación una explosión…sólo un estruendo que seguiría retumbando para siempre en los adentros de la niña.

Artizar creyó ver como un grupo de vecinos bajaba entre gritos por el sendero, pues el estado de shock en el que estaba le había dejado la vista completamente nublada y, cogiéndola por la fuerza para evitar que se acercara a su madre mientras ella gritaba y daba patadas en el aire, la llevaron a casa. Nunca más volvió a ver a su madre; una bomba de mano tipo Laffite manipulada previamente le había estallado en el escondite donde tantas noches había bajado a dejarle comida a su marido Lamberto. La bomba seguramente no estaba destinada a explosionarle a ella sino a alguno de aquellos hombres a los que se les habían privado de libertad y deambulaban hambrientos por los bosques. Sea como fuere, Artizar ahora se encontraba vacía y sola, infinitamente sola…
                                                          …

Nekane se quedó meditando unos instantes... Su madre había vivido una auténtica tragedia; la absurda guerra le había provocado la muerte de una madre y la privación de ver a un padre a una edad tan temprana… eso sí era terrible y no los problemas amorosos en los que Nekane parecía haberse quedado anclada. Salió corriendo a la calle con la cajita en la mano a buscar a aquel hombre, pero no había ni rastro de él. Había anochecido completamente y algunos pequeños copos de nieve comenzaban a caer. Puso sus manos con las palmas hacia arriba y abrió la cajita como queriendo guardarlos en ella, y con los ojos cerrados levantó su cara hacia el cielo para llenarse de la magia de la Navidad. Estaba todavía contrariada por la visita de aquel extraño personaje, y en cierto modo sobrecogida por los recuerdos de sus abuelos, pero sintió como una sensación de calma le inundaba y una brisa tibia le rozaba el pelo. Abrió los ojos y vio enfrente de ella una castañera que se afanaba en avivar el fuego de su estufa. Tan ausente había estado que ni siquiera había reparado en ella durante todos aquellos días antes de Navidad, y entonces decidió comprar una docena de castañas antes de marchar a casa. Se acordó de la frase que había oído por la mañana acerca de ellas, y se la repitió con ironía para sus adentros al tiempo que se decía que lo hoy parecía imposible con el tiempo sería una conquista. Al fin y al cabo su madre había logrado retomar su vida, con gran valentía y luchando por Nekane, su pequeño lucero del alba. Cogió las castañas y cruzó la calle hasta su tienda de antigüedades.

Era casi la hora de cerrar pero la visita del anciano le había hecho recapacitar en cierto modo acerca de su visión de las cosas, por lo que no le importó demorarse en terminar de abrir sus pedidos. Faltaban dos días para Navidad y tenía curiosidad por ver los objetos enviados por Heather para ponerlos a la venta al día siguiente. Ante sus ojos aparecieron dos botellas de licor de cristal de una antigua fábrica en Boston, mucho más bonitas de lo que las recordaba. Entonces le vino a la mente lo que había pedido para esas fechas y pensó que en una única caja hubiese cabido todo. Sólo faltaba por sacar un juego de copitas de cristal tallado y, en efecto, ante ella aparecieron las 6 copas de cristal azul de la casa Waterford, probablemente llevadas hasta Nueva Inglaterra por alguna pudiente familia irlandesa. Tomó las tijeras de nuevo y comenzó a abrir el segundo paquete. Le embriagó un dulce aroma a mezcla de madera, canela y naranja, el mismo que había olido en la tienda de Heather. Cuando quitó los papeles del embalaje, el corazón le dio un vuelco; ante ella había una maqueta de navidad muy similar a la de su abuela. La sacó con cuidado e intuyó algo, por lo que miró su base emocionada y sin poder evitarlo comenzó a llorar de alegría. Aquella maqueta tenía la inscripción 017b. Se trataba de un verdadero milagro…Heather sabía que Nekane lo buscaba, y se había puesto manos a la obra hasta contactar en Praga con un prestigioso restaurador de antigüedades quien la había proporcionado información para conseguir aquella pieza única de colección. Sin pensarlo dos veces se lo había enviado como regalo de Navidad. No sabía por qué, pero en unas horas estaban ocurriendo grandes y pequeñas cosas que le estaban removiendo sus adentros, aliviándole en parte su dolor.

La víspera de Navidad Nekane cenó con sus padres, pero al volver a casa, decidió disfrutar de la magia de la Nochebuena y no acostarse tan pronto como había pensado días atrás. Así que bajó el sótano y rescató con ilusión el abeto de Navidad del año anterior. Lo adornó con lazos rojos de terciopelo y pequeñas figuras de madera que guardaba de cuando era pequeña. En la repisa de la chimenea colocó con mucho cuidado las dos piezas que al fin había logrado reunir y que significaban para ella la estampa de Navidad más entrañable del mundo. Se sentó un momento frente a la chimenea mientras tomaba un chocolate caliente, al tiempo que miraba al fuego pensando en los últimos meses de su vida. De repente le invadió el recuerdo de su vida un tiempo atrás, y comenzaba a encogérsele el corazón cuando fijó su mirada en las dos piezas reunidas, como cuando lo hicieron la tía Carmela y la abuela Olaia, y en su cara se dibujó una sonrisa que nacía de sus adentros. De repente escuchó unos golpecitos en su ventana. Se giró y no vio a nadie así que la abrió y al asomarse sólo oyó el sonido del viento polar. Había nieve por todas partes y en el suelo vio unas pisadas de bota que desaparecían entre los arbustos. Oyó el sonido de unos cascabeles disipándose hacia el cielo que le resultó familiar. Se acordó del anciano que le había visitado y al mirar al cielo pasó una estrella muy brillante dejando un destello en el firmamento. Mientras Nekane lo contemplaba pudo escuchar risillas entre los árboles de su jardín… Ahora creía entender qué era lo que le faltaba a su tienda y a su vida, un toque de magia y la dedicación con alegría a sus quehaceres diarios, sin pensar en el por qué de las cosas, alejando de sí el rencor, tal y como solía decir su abuelo…

Aquella noche durmió plácidamente y se levantó con la certeza de que todo iría bien, sólo tenía que repetírselo y creérselo. El día de Navidad escuchó sus viejos vinilos con clásicos de Navidad, y decidió regalarle a su madre una de las mitades de la casa victoriana de la abuela Olaia, para que cuando las volviesen a unir en Navidad recordasen que el verdadero milagro de la vida se encontraba en aquellos pequeños y grandes detalles a la vez…Había ciertos lazos en la vida que nunca nadie podría quebrantar a pesar del transcurrir del tiempo, ni del intento de nadie por privar a los demás de la libertad, y aquella maqueta de Navidad serviría para mantener vivo y más fuerte que nunca el recuerdo de la mujer más importante de su vida, la aita Olaia.

Paz Martínez
Febrero 2013