Aquí os dejo un relato breve que es muy especial para mí titulado " Maravillas", y con el que he sido premiada con el accésit de Mujeres de Asociaciones del XIII Concurso de Narrativa para Mujeres de la Generalitat Valenciana.
¡Espero que lo disfrutéis!
MARAVILLAS

A pesar de no ser una persona miedosa, Esther sentía cierto respeto hacia la noche, hacia la oscuridad y lo desconocido, quizás influenciada por los cuentos y leyendas que en su corta estancia en el pueblo había tenido ocasión de escuchar. Y en ese momento le creaba una incomodidad tal que pensó que a la mañana siguiente continuaría escribiendo. Había llegado apenas tres semanas atrás y se había instalado en la casa que asignaban año tras año a la nueva profesora. Era antigua y espaciosa, y contaba con un hogar provisto de leña suficiente para pasar todo el invierno, apilada cuidadosamente en el patio interior de la casa. Por las noches solía sentarse frente al fuego y pensaba en lo osado de haber elegido aquel destino tan alejado de su casa, al tiempo que escuchaba el crepitar de las llamas. Maravillas, la vecina encargada de recibirla y acomodarla, le había advertido de que no debía estar demasiado rato contemplando el fuego por las noches ya que a veces las llamas se transformaban en juguetones diablos capaces de embaucar a las jovencitas con sus malévolas artimañas. Esther no había conseguido quitarse aquello de la cabeza y por las noches, mientras tomaba su taza de poleo frente a la chimenea, trataba de identificar a aquellos seres malignos de los que Maravillas le había hablado temerosa. Entonces se arrullaba bajo su manta con las rodillas pegadas a su pecho e intentaba pensar en otra cosa…
Dejó los apuntes aparcados sobre el rudo escritorio de nogal tallado artesanalmente, según dedujo por la delicadeza en los detalles del mueble, y se metió en la cama. El colchón de lana le resultaba demasiado blando para lo que ella estaba acostumbrada, y sobre el cabezal había colgada una pala de mimbre para sacudirlo por las mañanas. Maravillas se lo había explicado a su llegada, y le había mostrado también el orinal blanco de porcelana bajo su cama.
- Por la mañana…un “enjuagón” rápido y listo- le había explicado Maravillas.
A Esther por supuesto que ni se le pasaba por la cabeza el utilizarlo ya que le resultaba poco higiénico y anticuado, y el sólo hecho de pensar en vaciarlo por las mañanas le provocaba náuseas. Aunque se había tapado hasta el cuello con la gruesa manta que le picaba, no lograba calentarse los pies. Estuvo dando vueltas en la cama mientras el viento seguía soplando afuera, hasta que cansada y nerviosa decidió levantarse. Del cabezal de su cama colgaba un cable amarillento con una llave de luz como el que había visto en casa de su abuela Montse, pero al intentar encenderlo se percató de que no funcionaba. Maravillas ya le había advertido de los frecuentes apagones y, no en vano, le había dejado cirios, velones rojos y hasta un par de quinqués de aceite que realmente no sabía utilizar. En aquella parte del valle los días transcurrían en silencio, un silencio interrumpido únicamente por los juegos de los pocos niños del pueblo. Fuera de eso, la quietud dominaba todo…los caminos solitarios bordeados de endrinos y vegetación frondosa, y las calles empedradas por las que transitaban sigilosamente los gatos y las pocas mujeres enlutadas, esas que se detenían con descaro al ver pasar a alguien y mascullaban entre dientes ellas sabrían qué…La vida en aquel lugar, lejos de ser sosegada, presentaba una tensa quietud y se hallaba impregnada de la nostalgia de otros tiempos, el recuerdo de los que ya habían muerto y la aplastante carga de una moral y una cultura ya no sólo extremadamente conservadora, sino más bien anclada a supersticiones, fábulas y todo aquello capaz de infundir miedo e ignorancia, de generación en generación desde tiempos ancestrales. Esther sabía que en algunos lugares del norte tenían la costumbre de colocar un cardo en la puerta de casa como símbolo de protección, para ahuyentar a las brujas; era algo que le gustaba pero nunca, hasta que llegó a aquel pueblo, había visto algo tan horrendo como un murciélago clavado en la puerta de entrada de una casa. Por lo que pudo escuchar, había bastantes historias acerca de los murciélagos en la zona, historias muy arraigadas popularmente que se remontaban a los tiempos de la Inquisición en las que las brujas se reunían en los aquelarres de las cuevas próximas, y utilizaban a los murciélagos en la celebración de ritos satánicos.
El tiempo parecía haberse detenido muchas décadas atrás y cualquier novedad, lejos de aportar frescura, se contemplaba como una amenaza para aquellas gentes, acostumbradas a ver pasar el tiempo con resignación, como si fuera algo ajeno a sus vidas.
Esther puso los pies en el suelo y encendió un velón rojo con las cerillas que tenía en el cajón de su mesita. A pesar de utilizar peucos gruesos de lana sobre los calcetines, el helor de los azulejos calaba en sus pies. Bajó casi a saltos por la escalera tratando de esquivar el frío, observando como el fuego luchaba por sobrevivir al tiempo que iluminaba modestamente aquella silenciosa estancia. Acercó las manos a la chimenea y luego se sentó en una mecedora estirando los pies. Apoyada hacia atrás cerró los ojos mientras sentía como el calor iba reconfortándola. Había entrado en una especie de ensoñación cuando escuchó un fuerte ruido en la ventana que la asustó. En un primer instante se quedó inmóvil al tiempo que un escalofrío le recorrió la espalda, pero trató de reaccionar y poniéndose en pie fue con sigilo hacia la ventana. El viento movía violentamente las ramas de los árboles y sintió temor. No obstante y tras comprobar que no se había roto ningún cristal, ni había ningún desperfecto, se armó de valor y abrió la ventana para asomarse. La fuerza del viento abrió de par en par las hojas de la misma dejando frente a ella la sobrecogedora estampa de una fría noche iluminada únicamente por la luz de la luna llena. Tratando de recogerse el pelo se asomó a la ventana y vio que bajo la misma había un bulto mediano, pero la vista no le alcanzaba a identificar de qué se trataba. Sin vacilar ni un instante y a pesar del cúmulo de sensaciones en su interior, salió a la calle a ver qué era aquello, no sin antes coger el velón rojo con el que había bajado desde su habitación. Salió a la calle y se dirigió a la ventana que se encontraba junto a la puerta de entrada; acercando su vela a aquel bulto se puso una mano en la boca tratando de ahogar un pequeño grito involuntario y sintió de nuevo un escalofrío…lo que allí había era un pájaro negro, o no…era…era un murciélago bastante grande con la cabeza herida. Aquella escena resultaba extremadamente desagradable y le produjo una especia de repulsa pero, obedeciendo no sabía a qué exactamente, lo cogió con dos dedos y lo entró a casa. Nunca antes había visto un murciélago tan de cerca; a pesar de sus grandes orejas y sus dientecillos afilados, no pudo evitar sentir ternura por aquel bicho que acababa de estrellarse contra su ventana. Aunque saltaba a la vista que estaba muerto lo tendió en un paño de algodón, y lo dejó frente al fuego como si el pobre fuese a resucitar…
A la mañana siguiente, Esther se levantó con una sensación de opresión en su cabeza; miró el antiguo despertador a cuerda heredado de su tía abuela Elisa y vio que eran las nueve menos diez. Preocupada, buscó el pantalón de pana marrón y el jersey de rombos que había dejado sobre el mozo perchero la noche anterior y se vistió apresuradamente. De pronto se paró sobre sí misma y al tiempo que notaba las palpitaciones de su corazón, se dio cuenta de que aquel día era sábado y que por lo tanto no tenía que ir al colegio. Respiró profundamente y bajó las escaleras al comedor con la intención de tomar algo para su dolor de cabeza, entonces lo vio allí rígido e inmóvil tal y como lo había dejado por la noche. Se quedó mirando fijamente a aquel pobre desdichado sintiendo pena, y tomándolo de nuevo entre sus manos lo sacó al huerto donde con extremada delicadeza cavó una pequeña tumba bajo el nogal. Estaba concluyendo aquel singular ritual cuando escuchó que alguien la llamaba. Dejando la pala apoyada en el tronco del árbol se giró, pues estaba de espaldas al muro que rodeaba la casa, y con la mano haciendo visera en su cara vio a Maravillas. El rostro de la vecina portaba preocupación, y entre las cejas se marcaban dos arrugas que denotaban rigidez y nerviosismo. Esther la invitó a entrar y ella lo hizo sin apartar su mirada de la pequeña tumba improvisada hacia apenas unos minutos.
-Buenos días Maravillas… ¿cómo se encuentra esta mañana? Hace un día precioso, lástima que yo no pueda disfrutarlo ya que…
- ¿Se puede saber qué haces?- dijo enfadada ella. No sé qué traes entre manos pero… ¿no crees que sería mejor que diera sepultura a lo que sea “eso” el cura?
- Mujer…es sólo un murciélago, déjame que te explique…- dijo Esther cortada por las palabras de la mujer.
- ¿Un qué?- preguntó Maravillas mientras se santiguaba. Lo que me faltaba por oír… ¿no sabes que esos animales llevan la rabia? Los han quemado en hogueras durante años…son seres endemoniados que sólo traen desgracias.
- Pero…chocó anoche contra mi ventana, no me parecía justo dejarlo por ahí tirado- dijo Esther.
- Mira lo que te digo Esther, suerte que ese diablejo no llegase a entrar a tu casa…cuentan que hay una manada de esos suelta por aquí que sale por las noches a robar el alma de los que agonizan…Anoche un grupo de hombres salió a su caza porque nadie aquí quiere oír ni hablar de semejantes criaturas ni de todas las desdichas que traen…que Dios se apiade de nosotros- concluyó Maravillas.
Y sin mediar ni una sola palabra más y para asombro de Esther, se dio media vuelta y atravesando el huerto se marchó. Esther estaba estupefacta pues no creía que un animal tan pequeño fuese capaz de tales desgracias. Entró en casa pensando en Dios, y en por qué debía de apiadarse de nadie entonces…no entendía nada, así que decidió prepararse un café en la pequeña cafetera italiana que trajo consigo de casa y sentarse un rato a pensar en lo sucedido. En la despensa de la casa, una pequeña alacena con cortinillas de ganchillo integrada en la misma pared de la cocina, había una buena provisión de café, azúcar, canela, nuez moscada, laurel, pimienta…bolsitas de manzanilla, té y poleo y varias botellas de licores, sobretodo unas de color rojizo sin etiquetar, que dedujo serían patxarán casero. La gente de la zona era muy dada a la elaboración de quesos de oveja y cabra, licores de frutas, mermeladas de mora y endrinas…ya que el valle era realmente abrupto y los caminos, poco transitados y en malas condiciones, no permitían buenos accesos ni comunicaciones sobretodo en época de nieves, ni por lo tanto la facilidad en el aprovisionamiento de alimentos y enseres básicos. Los quesos de oveja, con denominación de origen en aquella zona, eran deliciosos y el valle se encontraba salpicado de caseríos en los que sus gentes se dedicaban en exclusiva al cuidado del ganado y la venta de leche y quesos. La vida pues transcurría en plena armonía con los bosques cercanos y obedecía a las normas que la naturaleza dictaba…por ello seguía siendo igual que hacía 200 años.
Tras tomar el café y unas galletas, decidió terminar de asearse y tomar una aspirina para su dolor de cabeza, aunque pensó que su mejor medicina sería la siesta que haría después de comer. Cogió un bolso de mimbre y colocó dentro la huevera de plástico que había en la despensa. Atravesó el corto camino de la puerta hasta la verja y miró de nuevo la pequeña tumba. Aunque todavía era octubre en aquellas tierras se notaba ya el frío, y normalmente todos los días había un poco de txirimiri en los amaneceres; así era como llamaban allí a esa fina lluvia y constante que lentamente iba calando en la tierra, y a la que los musgos adoraban. Cerró la verja y se dirigió a la plaza donde solían ponerse los sábados los vendedores ambulantes que recorrían las poblaciones del valle, como el panadero que traía también arroz, conservas de pescado y botes de legumbres y Josetxo el señor de los quesos en su furgoneta Ford Rubia. Aún no había avanzado unos cuantos pasos cuando divisó un corrillo de mujeres, vestidas de negro, hablando acaloradamente. Esther pasó, y ellas callaron de golpe escuchándose únicamente el sonoro buenos días que propinó con energía y descaro. Ninguna de aquellas viejas se dignó a contestarle y, pese a lo molesto de la situación, Esther no dudó en seguir su camino. Lo cierto era que le molestaba profundamente la falta de educación de estas gentes con ella, pero tomó aire y se alegró de sentirse ajena a esas actitudes tan arcaicas. Cuando llegó a la Citroen roja del panadero, vio a una señora bajita y delgada que atendía a los pocos clientes que tenía con rapidez y sin apenas cruzar palabra. Esther le saludó y en vista de que la pizpireta tendera no mostraba demasiado interés por entablar aunque fuese la típica conversación acerca del tiempo, le pidió una hogaza de pan, una bolsa de hierbas para infusión, dos botellas de leche y media docena de huevos. La señora fue dejándolo sobre el mostrador fríamente, y Esther concluyó igual de rápido el negocio guardando sus cosas y pagando con presto. Estaba cerrando la huevera de plástico al tiempo que había comenzado a caminar, cuando vio a Maravillas que andaba apresuradamente en la dirección de aquel mercado improvisado con tres tenderetes. Al pasar frente al corrillo de vecinas que todavía charlaba animadamente, agachó la cabeza y aceleró el paso como temiendo ser devorada por ellas. La intención de Maravillas no era la de detenerse a charlar con Esther, pero ésta la agarró del brazo al pasar a su altura y en un intento de bajarla al mundo terrenal la paró en seco.
- Maravillas…por favor espere…creo que deberíamos hablar…- le dijo.
- Esther, tengo prisa, esta tarde es la celebración de la santa en la ermita, debo zanjar varios temas importantes- contestó Maravillas.
- Mire Maravillas, no tengo relación con los vecinos, no me hablan, mascullan a mis espaldas y hasta en mi propia cara, y usted…-dijo con tristeza Esther.
- Háblame de tú por favor- espetó la mujer tercamente.
- Bueno pues tú, a quien más cercana me siento, tratas de evitarme a toda costa…además de lo que pasó esta mañana- rectificó Esther.
Esther le miraba a los ojos de Maravillas, sosteniéndole la mirada firmemente, y por primera vez desde que había llegado vio en su mirada que aquella aspereza se había tornado en algo parecido a la tristeza.
- ¿Me acompañarías esta tarde a la ermita?- dijo Maravillas para asombro de Esther. Podríamos…podríamos si quieres tomar un café después de comer, antes de marchar- continuó diciendo tímidamente con un hilillo de voz.
- Claro que lo haré- contestó Esther esbozando una sonrisa que transmitió serenidad a ambas mujeres.
A las cuatro de la tarde de aquel sábado, Esther se encontraba tocando al picaporte de la puerta de la casa de Maravillas. Esta le abrió con un semblante más relajado de lo que la tenía acostumbrada y Esther pudo intuir bajo de sus gafas de pasta cierto brillo en sus diminutos ojos. Maravillas tenía preparado el café en una tetera de porcelana roja, y dos tazas de loza que parecían haber sido decoradas a mano, con un girasol pintado en cada una de ellas sobre un fondo rosa. A pesar de no haber estado nunca en aquella casa, Esther se sintió cómoda desde el primer momento. La chimenea estaba encendida y un ramillete de flores frescas adornaba la repisa de la misma. La mezcla del aroma del café recién hecho con el de la leña convirtiéndose en cenizas y la fragancia de las flores le recordó a la masía de los abuelos en la que había pasado tantos y tantos veranos. Esther estaba sumida en sus pensamientos cuando al mirar hacia el sofá vio algo que llamó su atención profundamente. Era una especie de figura de cera que a primera vista, y sin saber de qué se trataba, le producía mucha curiosidad. Maravillas la vio mirándolo y sin pensarlo la cogió para enseñársela; le explicó, mientras Esther escuchaba atenta, que era una pierna de cera que desde que su hermano murió tras la guerra civil, ella ofrecía a la santa cada año. Lo hacía a fin de cumplir con la última voluntad de Mikel, su único hermano. A pesar de haber curado su pierna derecha gravemente herida al ser alcanzada por una bala durante la guerra civil, moriría postrado en su cama incapaz de superar el recuerdo de la barbarie, la pena por los amigos que había perdido en el camino y las atrocidades vividas… En sus últimos días y a pesar de las alucinaciones, consiguió recordar con claridad la sanación de su pierna y le pidió a Maravillas, que contaba entonces con 15 años, que se la ofreciese en señal de agradecimiento a la santa patrona.
- Pero este año no la llevaré- continuó explicándole a Esther. Será la primera vez en muchos años que no lo haré…En la ermita han cerrado la sala de las ofrendas y prefieren un donativo en lugar de los miembros de nuestro familiares.
.- Se deberá a una cuestión práctica, de espacio quizás…- dijo Esther tratando de restar importancia al asunto.
- No mujer, esto ya no tiene que ver con las últimas voluntades de mi hermano, sino que obedece más bien al criterio personal del cura que prefiere los donativos…Estoy tan disgustada que no he podido evitar decírselo y aquí ya sabes que somos cuatro gatos…las noticias corren como la pólvora…
- Entiendo…vaya…por eso estamos en boca de las vecinas…tú por razones obvias y yo…yo por ser tu amiga ¿me equivoco?- dijo Esther apoyando la barbilla en su mano.
Maravillas miró el reloj de pie que presidía su comedor y viendo que todavía era pronto para la misa, le acercó a Esther el plato con pastas de anís que ella misma había hecho. Comenzó a contarle que aunque le había soltado aquella monserga sobre los murciélagos por la mañana, no creía en absoluto en aquellas tonterías. Lo que sí que era cierto era que antes del altercado entre ambas, Maravillas había protagonizado una discusión con el cura delante de varias vecinas, y que por eso llegó muy enfadada a casa de Esther y pagó con ella su enojo.
- Además te contaré algo más. Por aquí creen que soy algo así como una bruja, pues en unos documentos antiguos del pueblo aparece un antepasado mío entre las 40 personas que por el año 1600 fueron juzgadas en el proceso de Logroño por brujería…no sé si sabes de lo que hablo…La cuestión es que he continuado con una vida solitaria a los ojos de los demás; no me casé, no seguí los patrones sociales “bien vistos” ni nunca me preocupé por lo que pensarían los demás de mí…me gusta caminar y recoger hierbas, me inspira el bosque y los seres que habitan en él, las lamias de los ríos, la diosa Mari…si por tener imaginación me consideran una hechicera , dejaré que lo hagan…
- De la que te has librado Maravillas…en aquellos tiempos hubieras ido a la hoguera como aquellos desgraciados, o en el mejor de los casos te hubieran desterrado- dijo Esther con sarcasmo. ¿Te das cuenta lo absurdo de tener todavía una mente como en aquella época?
Maravillas siguió contándole que hacia muchos años que quería haberse marchado de allí, que quisiera haber estudiado, pero que el cuidado de sus padres le retuvo en el pueblo ahogando sus ansias de volar y de conocer el mar. Le habló de sus noches solitarias añorando otra vida, y de los extraños sueños que le asaltaban en los que el rostro de una mujer a quien no lograba identificar le hablaba y le animaba a escapar de la jaula que aprisionaba sus anhelos. Esther escuchaba atentamente, a la par que su corazón se encogía ya que nunca hubiera imaginado que aquella mujer albergase tales sentimientos de libertad ni tantas ganas de vivir. Bajo aquella apariencia agria se escondía una mujer frágil, que con los años se había empapado de historias fantasmales y supersticiones alejadas de la realidad, y había llegado un punto en el que ella misma se las creía aunque fuera únicamente para protegerse de los vecinos. Era por eso por lo que dentro de su casa vivía su propia fantasía, y le seguían ilusionando las cosas pequeñas como hacer mermelada de arándanos, tejer bufandas y peucos o pintar acuarelas. Aquella tarde no acudieron a la ermita pues la conversación se prolongó hasta la noche.
Durante los meses siguientes las dos mujeres continuaron alimentando su amistad con las ilusiones personales de cada una. Sus caminos se habían cruzado en aquel momento, en un terreno áspero y difícil, seguramente para aprender la una de la otra; pero tan pronto comenzaron a deshacerse las nieves del crudo invierno, la primavera les trajo calor y luz a sus vidas. Planificaron para el final de curso, coincidiendo con las vacaciones de Esther, un viaje al Mediterráneo. Maravillas podría conocer al fin el mar y Esther reencontrarse con su hermana a quien hacia años que no veía.
Al curso siguiente Esther consiguió una plaza como profesora en un colegio en las tierras que la vieron crecer, y cuando salía a pasear por la playa respiraba la misma brisa que todavía respiraba Maravillas cuando contemplaba sus acuarelas, unas estampas de mar que pintó en el viaje que cambiaría para siempre su vida.
Paz Martínez Cervera