jueves, 16 de septiembre de 2010

La lluvia




A través del escaparate vi cómo se estaba nublando. Aún no habían pasado ni diez minutos cuando comenzó a llover poco a poco pero sin interrupción. Pensé que sería una tarde sin grandes ventas; así como a mí la lluvia me alegraba el día hay a quien, a los más, les producía fastidio y malestar, prefiriendo quedarse en casa. No me quedaba sino, un día más, esperar a mis tan ansiados clientes.

Resignada por mi augurada poca suerte, me dirigí a sacar el pedido de cajitas de música que había recibido desde Salzburgo esa misma mañana. Recordaba con ilusión por qué me había decidido a traer ese tipo de artículos a la tienda; además de que las cajas eran preciosas y me recordaban a mi infancia, el saber que las traían desde ese lugar ya lo hacía atractivo a mis ojos, pues pensaba que, al menos ellas, habían podido permitirse un largo viaje. Llamó mi atención una de las cajas de porcelana, con forma de huevo y pintada a mano, decorada con motivos en dorado y perlas. Parecía sacado de algún palacio real; me recordaba al tipo de juguetes con los que habrían jugado Anastasia Romanov o alguna de sus malogradas hermanas en sus años felices.


Tan enfrascada estaba en mis pensamientos, que no me percaté de que Teresa había entrado a la tienda. Esbozando una sonrisa, no tanto por la alegría de verla, que no era poca, sino por tratar de disimular lo despistada que me había cogido, la recibí con un abrazo. Hacía unas tres semanas que no la había visto; ella era inglesa pero había comprado una pequeña propiedad en las afueras del pueblo, por lo que pasaba temporadas aquí y allí en Oxford. ¡Qué envidia me daba su condición de trotamundos! Siempre que venía me traía un recuerdo de Inglaterra, y me contaba acerca de sus asuntos personales, del por qué de sus idas y venidas. Yo, boquiabierta, escuchaba atentamente mientras me imaginaba a mí misma cogiendo esos aviones de los que ella hablaba, autobuses, entrando a museos y comprando en Candem Town ropa y discos usados.
- Pero ahora tengo que volver de nuevo- dijo Teresa- Ade no se encuentra muy bien y necesita realizarse unas pruebas- continuó diciendo con un marcado acento inglés a pesar de su casi perfecto castellano.
- Espero que no sea nada, ya sabes que si necesitas algo no tienes más que decírmelo- le dije yo.

Tras despedirnos me quedé un poco triste pues de nuevo yo estaba de vuelta a mis tareas diarias. Continué abriendo las sorpresas que me deparaban mis cajitas de música hasta la hora de cerrar la tienda. Cuando me dirigí a casa, cambié mi trayecto con el objetivo de pasar por calles por las que habitualmente no pasaba. Volví a imaginarme en otro lugar; andaba por las calles de Praga y veía a los artistas del Puente de Carlos. La incesante lluvia me ayudaba a recrear ese espacio que, en ese momento, sólo existía dentro de mí.

Nada más entrar a casa, me senté en el sofá a recapacitar; no podía dejar pasar más tiempo sin tomarme mis merecidas vacaciones. Cerré los ojos y pensé dónde me gustaría estar en aquellos momentos, quizás en una casa en mitad del bosque o en una acogedora casita con su fuego encendido en la campiña inglesa, en aquella tierra donde Teresa me había contado que solía pasar las vacaciones en su infancia…Luego pensé en el castillo de Chenonceau, y de pronto retrocedí en el tiempo para convertirme en Diana de Poitiers, y me vi allí, sentada en su gabinete con vistas al impresionante Loira, escribiendo algo a la vez que alguien me llamaba…Desperté sin saber el tiempo que había transcurrido desde mi llegada a casa, decidí seguir soñando un poco más, así que cerré de nuevo los ojos y me dejé llevar por aquel feliz momento.